VIENDO: Nada
ESCUCHANDO: Rac1
04:00 A.M
Cuartel Alfonso I, Huesca
Patio de retreta
-Saltad, vamos saltad y si oigo unas monedas me crujo al cabrón hasta el día de sus postres. No quiero oír nada cuando os ponga a dar barrigazos. Apretaros bien las mochilas a la espalda, porque si veo alguna salir por encima vuestro cuando os tiréis al suelo a ese "willy" le piso la cabeza. Espero que no os hayáis dejado nada, ni cargadores, ni botellas, ni pastillas, ni nada de nada. Me habéis oído mariconas!!!!
-SEÑOR, SÍ SEÑOR!!!!
-Muy bien, pues a partir de ahora no quiero oír nada más, nos vamos!!!
Y así empezó aquel día de julio.
Lo mires por dónde lo mires suena extraño, suena extraño para un grupo de chavales civiles, covertidos en "Rambos" de chichinabo durante unos meses.
Como decía, así empezó aquel día señalado por el capitán del UIR para realizar "LA PATEADA". Una pateada campo a través de más de 14 horas con todo el equipo de supervivencia, y con sólo una parada de 30 minutos para comerse un bocata. Una pateada digna, por su dureza, de los paracas. Claro que el capitán del UIR era un ex comandante de los paracaidistas, degradado a capitán por haber empujado, en su primer salto libre, a tres soldados que no se vieron capaces de tirar de la anilla una vez en el borde del avión. Los tres se aplastaron contra el suelo.
A medida que se levantaba el día, y nosotros salíamos de la ciudad, de momento por la carretera, se levantaban olores, olor a campo recién segado, a boñigas de vaca, olor a pan recién hecho al cruzar un pequeño pueblo, y olor a sol, un sol que iba a ser protagonista en nuestro día y que iba sustituyendo el frescor de la madrugada por un calor cada vez más agobiante, ya a tempranas horas de la mañana.
En cuanto salimos de la ciudad y empezamos a ver campo empezamos a recibir órdenes de saltar a los campos laterales y avanzar arrastrándonos por el suelo. Los campos recién segados estaban llenos de las finas cañas amarillas de las espigas que nos hacían pequeños cortes en los brazos, cientos de ellos, y que posteriormente nos volverían locos a causa del picor que nos provocaría el sudor. Estuvimos unas dos horas así antes de separarnos y hacer tres grupos para empezar la que sería la verdadera pateada. Aquello era el calentamiento y ya estábamos hechos fosfatina.
Pronto empezamos a cruzar ríos, y el agua hizo que las botas pesasen triple y la humedad empezó a hacer de las suyas en la piel de nuestros pies. Pasaron un par de horas más antes de que empezaran a caer los primeros y a solicitar el traslado al cuartel.
-Claro que sí chavales, no hay problema ahora aviso al camión y os lleva de vuelta, pero no me he acordado de deciros que el que no acabe la pateada de hoy no se va a casa el fin de semana.
Se oyeron muchos: mierdas!! Qué putada!! UFFFF!!! que fueron cortados de cuajo.
-Qué coño os pensáis que estáis en el cole!? A CALLAR COÑO!!!!
Lo cierto es que era una putada muy gorda, yo no pensaba abandonar para no darle la satisfacción de mirarme con esa cara de cabronazo que tenía el sargento primero, pero era una putada muy gorda porque sabía que había gente que no podría conseguirlo y que necesitaba, imperiosamente, irse a casa, porque lo pasaban realemente mal allí.
A esas horas ya estaba todo el bosque levantado, y si pensaba dormir hasta tarde aquel día, nosotros no le íbamos a dejar, se oía vida por todas partes, en el fondo estaba disfrutando, y en especial un grupo de pajaritos que se había colocado cerca nuestro, a la hora del bocadillo que nos trajeron en camión desde la cantina, y que no paraba de cantar.
Miré a uno fíjamente, era de bonitos colores y no paraba de lanzar silviditos divertidos. Parecía querer llamar mi atención. Pensé: -Qué putada!! si estuviera aquí el "Pajarito" le preguntaría que tipo de pájaro es.- Pero no estaba, lo habían enviado a otro grupo. Intenté recordar cómo era para preguntárselo después. Pero ya no pude.
Pajarito, era un chaval de mediana estatura, gordito y no parecía tener muy buena forma física. Rubio, ojos azules, manos gordas pero delicadas, imprescindible para hacer su trabajo. De mirada profunda y sincera y buena persona, sin maldad en su corazón.
Pajarito vivía en la montaña con su padre donde entrenaban pájaros para el canto, de ahí su apodo, y donde él debería haber estado siempre. Realmente parecía un pulpo en un garaje en medio de toda aquella estupidez que le era tan ajena. Nunca se quejaba, y siempre tenía una sonrisa para todos. Explicaba historias geniales y no le caía mal a nadie, ni a los tíos más chungos del cuartel.
Mientras en mi grupo todo se iba sucediendo, más o menos, con normalidad, en el grupo de Pajarito habían más abandonos de lo normal, seguro que el sargento primero que lo mandaba tuvo mucho que ver. Otra mando degradado, nunca supimos por qué, con aires de súper macho y que tenía en nuestro teniente "El asesino de masas", no sé por qué lo llamaban así, un tipejo que estaba en Huesca en pleno invierno en manga corta, como su ídolo.
El sargento primero muy cabreado por los abandonos, y sabiendo que sería la diana de las bromas de sus demás compañeros, decidió que no perdería a más hombres y que se lo haría pagar al próximo en caer. Así se lo hizo saber a todos aquellos que todavía estaban con él.
Once horas de pateada después, en el camino de vuelta, y con un lorenzo que fundía las piedras, cayó Pajarito al suelo, en un claro del bosque donde daba el sol de pleno, no quiso pedir el traslado, por miedo, por irse a casa el fin de semana, o por la razón que fuera. El cabrón del sargento le dijo a uno de sus compañeros que le vaciara la cantimplora.
Según cuentan después de varias amenazas el chaval lo hizo y todos siguieron la marcha hasta llegar al cuartel, tres horas más tarde. Las suficientes para acabar con todo lo que podía haber sido Pajarito en su vida.
Pajarito acabó en una silla de ruedas, sin poder valerse por sí mismo, no habalaba, no se movía, no... era un vegetal. Ya no podría volver a cantar junto a sus queridos pájaros, de los que hablaba con verdadera pasión. Ya no volvería a caminar entre los árboles en busca de nuevos pajarillos que entrenar.
Yo nunca volví a saludar al sargento primero, y mientras estuvo allí, lo miraba fíjamente a los ojos diciéndole: -sé lo que has hecho, hijo de la gran puta- pero él no se atrevió nunca a decirme nada. Si lo hubiera hecho seguramente yo estaría, aún hoy, en una cárcel militar.
Pd.- Esta triste historia, que está en la sección de mis escritos, sería sólo triste y sería sólo historia si no fuese verdad. La historia de Pajarito ocurrió, cuando yo hacía la mili en el cuartel, disciplanario de mandos, Alfonso I de Huesca.
Llegó a salir por televisión, pero no sirvió para que le hiciesen consejo de guerra a aquel sargento de mierda. Aún hoy me acuerdo de Pajarito, y eso que no tuve mucho contacto con él, y me acuerdo del sargento, al que espero encontrarme en un callejón oscuro algún día de estos.
No sé como estará hoy en día Pajarito, pero espero que esté lo mejor posible. Tampoco sé su nombre para poder escribirlo aquí, aunque para todos nosotros siempre fue Pajarito.
miércoles, 30 de marzo de 2011
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