ESCUCHANDO:
Kitaro -
Los de segunda clase, hombres y mujeres, se habían instalado en l a cubierta de proa, utilizando cajas y fardos como asientos. Un grupo de jóvenes integraban el pasaje de primera: al parecer, dependientes de comercio en Pola que, en un rapto de entusiasmo, se habían unido para hacer un viaje a Italia. Se les veía muy ufanos de sí mismos y de su empresa: charlaban y reían, complaciéndose en su propia gesticulación, e inclinándose por la borda, lanzaban puyas y remoquetes a sus compañeros que, cartera bajo el brazo, discurrían afanosos por la calle del puerto y amenazaban con sus bastoncillos a los excursionistas. Uno de éstos, vestido con un traje estival de última moda,color amarillo claro, corbata roja y un panamá con el ala audazmente levantada, destacaba entre todos por su voz chillona y excelente humor. Pero en cuanto Aschenbach lo hubo observado con más detenimiento, se percató, no sin terror, de que se trataba de un falso joven. Era un hombre viejo, no cabía la menor duda. Hondas arrugas le cercaban ojos y boca. El opaco carmín de sus mejillas era maquillaje; el cabello castaño que asomaba por debajo del panamá con cinta de colores era una peluca; la piel del cuelñlo le colgaba fláccida y tendinosa; el bigotito retorcido y la perilla se los había teñidop; la dentadura amarillenta y completa, que enseñaba al reírse, era postiza, además de barata, y sus manos, cuyos índices lucían anillos con camafeos, eran manos de anciano. Aschenbach se estremeció viéndolo alternar con aquellos muchachos. ¿No sabían, no advertían acaso que era viejo y no tenía derecho a llevar su abigarrada indumentaria de dandy ni a hacerse pasar por uno de ellos? Pues lo cierto es que, con toda naturalidad y como por costumbre, según parecía, lo toleraban en su grupo y lo trataban como a un igual, devolviéndole sin repugnancia sus importunos codazos. ¿Cómo era posible algo así?
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