jueves, 23 de septiembre de 2010

LOS COLORES DE INGUNN

VIENDO: Nada
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-¡¡¡Martillo!!!- Gritó el gigantesco Gardar "Smidur" Stefansson
-¡¡¡Maaaaartiiiillooooo!!!- Canturreó, impaciente, con su bozarrón.
-¡¡¡Ya va, ya va!!!- Dijo una armoniosa pero débil bocecilla que salía del cuerpecito de la pequeña Ingunn.
-¿Quién lleva a quién pequeña Ingunn?
-No te rías de mí, padre.
-Arrastras ese martillo como si fuera un castigo divino.
-El castigo es tener que levantarlo hasta tu mano padre.
-No seas respondona mocosa, o probarás la mano de Gardar.
-Lo siento padre, pero soy demasiado pequeña y el martillo muy grande.

Y tenía razón, Ingunn, sólo tenía ocho años de edad y era de constitución frágil. Delgada, bajita y de manos y pies pequeños sólo resaltaba en ella un tono de piel, extrañamente, bronceado y una larga y rubia trenza que alcanzaba más allá de su cintura.

-Yo no tengo la culpa de que seas una niña, tendrías que haber sido un chico alto y fuerte, tendrías que haber seguido con la estirpe como hemos hecho todos los Stefansson desde hace... Desde siempre.
-Padre, yo no pude decidir ser niño o niña sólo salí así. Cuando me desperté era una chica y no puedo cambiarlo por más que tú quieras.

Mientras decía estas palabras, Ingunn, levantaba el martillo de diez kilos hacia la manaza de su padre. Éste no se movía un ápice para facilitar el trabajo de la niña, al contrario la apremiaba para que lo hiciera más aprisa. Le decía que no podría terminar esa rueda, a tiempo, por su culpa, por su débil lentitud.
Ingunn compensaba esa fragilidad con una dureza de carácter fuera de lo común. Inteligente y avanzada a su época sabía que no podía luchar abiertamente contra su padre y toda una cultura que lo respaldaba. Pero no pensaba renunciar a sus sueños, así que, mientras ayudaba a su padre, la pequeña se sumía en sus pensamientos e ideaba nuevos colores que la alejasen de la fea y gris fragua.
Así fueron pasando los años, entre martillos y colores, hasta que la pequeña y débil Ingunn, se convirtió en la guapa y esbelta Ingunn... No, no, no... Eso no es cierto, estaría bien que hubiese sido así, pero no. La verdad es que pasaron los años y la pequeña y débil Ingunn creció, pero siguió siendo una chica menuda de aspecto débil, que no enfermizo, con cierto atractivo pero no muy agraciada. En ella sólo seguía resaltando su piel y su trenza. Seguía siendo la última en todo, en comer, en que la sacasen a bailar, en llevar las herramientas a su padre y en contestar. Especialmente en contestar, cada vez más se había metido en su interior y, parecía vivir en un arco iris, parecía que no estuviese presente. Más de una vez su padre se había deseperado y había gritado mucho, muchísimo para que le contestase a alguna pregunta.
Ella sabía que su padre había intentado casarla con casi todos los hombres del pueblo, excepto con los enemigos de los Steffanson, los Solskjaer. Aún así ella pensaba que si Thorbjorn "Kraka" Solskjaer le pidiera en matrimonio, su padre, la entregaría gustoso. Y así, un día de fiesta en el que todos estaban borrachos, cogió su hatillo y partió.
Pasarón muchos años en los que Gardar tuvo tiempo para pensar, y el alivio de los primeros dio paso a la pena de los siguientes. Nada se supo de Ingunn Stefansson en su pueblo natal, pero sí fue muy conocida fuera de él.
Finalmente logró convertir su sueño en realidad, inventando colores. En su taller habían estanterías de cinco metros de altura y quince de longitud con láminas que catalogaban más de 47.000 mil colores que la alejaban de la vida gris de la fragua de su padre. Dicen que en los del Vaticano "sólo" habían 26.000. Ella había memorizado los colores desde pequeña, y mezclando los esmaltes para después fundirlos juntos y así crear un nuevo color, un nuevo matiz.

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